Déjame despedirme


Te fuiste sin poder decir adios, despedirte. Pero si algo he descubierto últimamente es que la vida que tenías, que eras, te la llevaste, murió el cuerpo que ocupabas, pero sigues donde quiera que estés.

Estas ocupando el espacio que deseas, porque somos más de lo que vemos, aunque a veces intentemos tanto alejarnos del ser, del estar, el sentir.

Tengo tres recuerdos para compartir con quienes leen unas líneas de lo que eres.

En diciembre de 2006, en pleno intercambio de regalos, no entendía cómo habías descubierto lo que quería, no se lo había dicho a nadie en la oficina. Conseguiste el teléfono de mi esposa, la llamaste y la información estaba a la mano, invertiste mucho más de lo acordado, pero estabas segura de que lo disfrutaría y no dudaste en hacerlo.

Te fuiste un rato en noviembre de 2007, pero pronto regresaste, debes reconocer que nos extrañabas, los que trabajamos a base de voluntad necesitamos estar juntos, vernos a los ojos para darnos fuerzas.

Hace poco me llamaste y agradeciste la donación que había hecho a una organización no gubernamental, salí corriendo inmadiatamente a tu oficina, sabías que la broma que me estabas queriendo hacer surtiría sus efectos.

Aunque Dios no te llevó, debe estar felíz de tener a gente como tú, su administración está en buenas manos.

Con la esperanza de que me ves escribir cada palabra me despido, sabiendo que nos cuidas, que sigues estando, que vives, porque el cuerpo a veces nos queda pequeño para el espacio que necesita el alma.

Gracias por la oportunidad de conocerte, de llevar en mí los recuerdos compartidos, aunque me hubiera gustado decir hasta luego.

Si algo aprendí de todo esto es que las despedidas no siempre son anunciadas. El despetar no asegura terminar el día. Agradezco ahora mucho más a la mañana y cada vez que coloco la cabeza en la almohada.

Por una gente del petróleo, corazón piramidal y vida eterna.

Dedicado a Rosalba Rángel, donde quiera que estás.

Dashiell López

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